Are you ready to rummmmmmmmmble?
Corría el año 99, y de repente, cuando nadie lo esperaba (nadie tenía un porque para hacerlo) el pintor Dan Brereton (The Nocturnals) decidió llevar a cabo un experimento en el laboratorio que era la DC por aquellos años dorados. La fórmula: el Doctor Brereton, muy a la villano de la Marvel de Stan Lee o a la mad scientist de la Universal, tenía un plan. Uno de índole chabacana, superficial, cientificista y, por supuesto, chillona. Su plan era el siguiente: hervir, al Fahrenheit de sus acrílicos, el imaginario de los “daikaiju" (esos monstruos más grandes que un edificio, estilizados a la Godzilla y tan brutalmente reducidos a una action figure defecada por algún episodio de los Power Rangers) junto con el universo creado por la Lucha Libre (estereotipos enfrasacados en vestimentas/colores que los distinguen de los otros musculares con quienes batallan y dueños de un repertorio de, a lo sumo, 10 frases. Expresiones que son dichas de una forma casi gutural por esos abortos –o gérmenes- del héroe de videogame que son los luchadores de cacht). La mixtura de esos dos mundos da como resultado una mini-serie de seis números ...Giantkiller.¡Yeah!
El protagonista de la historia era un coloso llamado Giantkiller (dah!) que debía, como su tautológico nombre lo indica, asesinar a seres del tamaño de una pequeña montaña. Y en esa misión ponía en juego su ochentoso título nobiliario de “Humanity’s only hope”. El número de enemigos a dar de baja era de 24. Pero Giantkiller era uno más de la pandilla, solo que era un desertor gracias a su habilidad como samurai(¡¡¡!!!) y a su intelegencia que le permitia superar la actitud insectívora que tenían los demás grandotes para con la humanidad toda. Por ende, el total de daikaijus era 25: uno por cada letra del abecedario. Ya ven, ¿Que estereotipo más noble hay que el creado por el militarista régimen alfabético? Los nombres de las criaturas iban, en perfecto orden, desde Akai hasta Zomm pasando, obviamente por Giantkiller. Y había otros nominales imposibles a la hora de pasar lista tales como Banjac, Evildoer, Hatchetface, Lavababy, Massh o Volcano. Para dar el cierre de oro a tamaño asunto, Brereton encierra a sus híbridos en un ring llamado “The Territories”, una zona infestada de radiación al norte de California, y pone unas cuerdas-cordones militares para que sus peleadores puedan hacer sus piruetas.
Brereton, con Giantkiller, se puso el delantal, cazo un par de tubos de sus típicos acrílicos, los exprimió hasta convertirlos en eslabones básicos de su paleta de colores y así es que puede que controlar, por tomar uno de esos cosotes al azar, hasta el desaforado rojo que profesa un personaje/grasa como Volcano. Mr. Brereton se toma en serio el material de génesis de su obra. A pesar de que la autoconciencia que salta a la vista en ciertas elecciones ya descriptas, Brereton no propone una relectura del tema o un juego con piezas de ironía sino que construye una épica cool, canchera, descontrolada, ligera y, de forma lógica y fatal, irrepetible. Giantkiller, como personaje, es un John Wayne + Hellboy + Lone Wolf (samurai protagonista de una historieta que ya hablaremos, Lone Wolf and Cub). Un ser obseso, árido, solitario que a pesar de, quizás, salvar al mundo y permitir que el cielo sea literalmente visible de nuevo, no tiene posibilidad alguna de incorporarse o de mirar desde el mismo sitio que cualquier mienbro de la sociedad. Giantkiller, a pesar de ser llamado Jack, es un outsider, un olvidado. Es el héroe de una historia que podría ser parte de alguna mitología oriental y estar impresa en papiros bajo el título de La leyenda del asesino de gigantes. ¡Si hasta las portadas de cada número poseen ideogramas en lugar de grandes frases comunes de tapa de comic!
Los titanes de Giantkiller son exagerados, conforman el mapa de los territorios que Brereton recorrió a bordo de millones de VHS y aún así, a pesar de conformar una especie de reserva ecológica de cualquier bestia que los ojos del autor hayan visto (Los hay con fisonomía de cancerberos, de insecto, de gorila, de marciano, de dragón, de dinosaurio, de octópodo, de murciélago, de demonio, de Yeti, de Cosa del Pantano, de Golem y de lepidóptero) poseen un vida propia, aunque les dure tres páginas a algunos, gracias al diseño del arte de Brereton.
El autor logra trasladar a sus radiactivos Hércules a la hora de construirlos visualmente y designar el lugar que cada uno ocupará en la narración ese cuidado y pasión por la aventura y esa hidalguía existente en las elecciones morales de sus personajes. Sus bestias se vuelven algo mucho más relevante que un simple de link geek. Se transforman en lo que siempre quisieron ser: en unos common e increíbles monsters, en los obstáculos que deberá destruir Giantkiller. Giantkiller, como obra, es algo bello, efímero y noble, tanto para con sus habitantes, con sus freaks de 40 pies de altura, como para aquellos que decidan, para sumar una nueva cara al héroe, volver a ver a un protagonista con más corazón que odio.
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