Mis ladrillos
Configurado desde el centro gravitatorio de mí one-room-wonder domicilio (a.k.a. la cama doble) hoy, como siempre -diría Eros- sentí la necesidad de un ladrillazo en la cabeza. De esos capaces de dejarme un moretón bien grandote y notorio. Un trozo de arquitectura que se topara con mi grandotote cumulo de pelos y, a pesar de llegar con 5 años de delay (quizás la señal que soy le llegaba en diferido a la antena que suelo creer necesitar), sacudiera un poco la estantería de objetos pops que es, o peor aún, pretende limitarse a ser, mi miope y loopeada cefalea. Todo el día tildado con una nimiedad, con un comprarme tal cosa, puff, really boooooooooooooooring de escribir y de leer. No os preocupéis, no usare mucho de catarsis, al menos de esta calaña, a este lugar cableado donde acude poca gente. Cuando ya desistía y salía a comprar el objeto en cuestión mientras buscaba las llaves vi de pasada mi único tomito de Krazy & Ignatz (¡Hola, soy una historieta que salio hace como setenta años, quizás me recuerden por mi aparición en el número 2 de Historia de los Comics o mi edición local por parte de La Urraca bajo el nombre de Krazy Kat!). Me senté, en la esquina mirando de frente al monitor (donde el DC++, el coso con que me bajo comics me miraba malherido desde hace dos preocupantes días) y empeze a hojearlo. Ni lo leí. Lo hojee dos veces y me saque las zapatillas. Los oompa loompas que pasean por dentro de mí no daban descanso, querían de todas formas - bah, de la misma de siempre- hacer esa cosa que yo hago. Quizás la única. Y ahí estaba para mí el ladrillazo del historietista George Herriman, en pleno blanco y negro, lanzado por una catapulta/ratón llamada Ignatz contra el/la asexuada/o Krazy Kat. Proyectil que motivaría la frecuente encarcelación de Ignatz por el brazo, a veces ladrilleado, de la ley, el Offisa Pup. Pura acción y reacción. Adentro y afuera de mis manos. La adoración de K por I es inversamente proporcional al desprecio que este siente por su eterno blanco de tiro y ecuánime a la que OP siente por ella/él. Pero en el mundo de Herriman, ese amor desencontrado se convierte en una especie de capa de ozono que protege de los calores proporcionadas por un surrealismo concreto que jamás desborda los limites de la pagina, esos que esta historieta convierte en un universo. Pero la más importante función de esa capa de oz-ono es la reducir, por su intensidad y firmeza, lo que podría ser un meteorito de violencia, algo grotesco y bombástico y efectivo (esto no es malo, ni bueno, pero Herriman podría haber caído en ese lugar muy fácilmente, tenia todo al alcance de su bendita asistencia), en un certero, tierno, violento, magistral ladrillo en una nuca. Como esa trompada de Richie Tenenbaum, el exdeportista enamorado de su hermanastra en Los excéntricos Tenenbaums de Wes Anderson, le propicia a un vidrio al enterarse de las adulteras aventuras sexuales de su no-consanguínea, la gravedad que atrae a los ladrillazos de Ignatz, es la de esos amores/odios, tan felinos y planetarios ellos, que logran caer de pie aunque tengan siempre una tostada, con una pasión ya quemada y rasposa y difícil de digerir, detrás de sus espaldas. Ahí, a centímetros de donde debe pegar ese cascotazo que todos los juanmanueldominguezs en mi solemos necesitar. Herriman construyó con un solo ladrillo una Metrópolis voladora, un adoquín de algodón de azúcar, bien áspero y poco amable de masticar pero con la potencia de impacto humorístico, melancólico, lisérgico, apasionado, sólido, y, sobre todo, atómico para convertir en sombras a todos los males de mi mundo.
¡Se agranda y todo!¡Fa!
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